Monday, April 12, 2010

PORTRAITS, Mario Testino



Art
Mario Testino

National Portrait Gallery, London
2 / 5
Jonathan Jones
The Guardian, Saturday 2 February 2002 00.00 GMT
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If you are baffled by reality TV that can give anyone their 15 minutes of fame, if you are nostalgic for the days when stars really were stars, then you need a purgative. And Mario Testino's photographs will do the trick. Testino photographs real stars, "the ultra-A-list of our celebrity-conscious age", as the National Portrait Gallery's catalogue fawns.

Their faces are blown up to the scale of carnival floats or baroque altarpieces in this Vogue photographer's museum show. You can genuflect before those whom Testino seems to revere as more beautiful and gifted than anyone else - Madonna, Diana, Meg Ryan.

That's Meg Ryan, the personification of all that is mediocre about modern Hollywood. Testino, who, if we accept this exhibition's claim, is a kind of crazed Peruvian visionary, photographed Ryan looking all hot and bothered beside her (made) bed. It's a very professional job, Meg looking a little bit naughty but not too much.

The annoying thing about the exhibition is the way it both hypes Testino's talent and implies that these pictures are just fun, not subject to snotty high art criteria. We are told that Testino has an amazing eye and a flamboyant sexuality, but the pictures are middle-of-the-road, and resolutely avoid anything that might mock or undermine the myth of glamour, or expose their subjects to unseemly slavering.

Testino takes commissioned portraits of the rich, famous and professionally gorgeous for Vogue and Vanity Fair. Good for him. But it's nonsense to claim that he has some special vision, or even a consistent, distinctive style. I don't think I'd instantly recognise a Testino photograph, even after seeing this show. Sometimes he uses black and white, sometimes lurid colour; sometimes he flirts, sometimes he's coy. The style seems to be determined by the requirements of the job.

The only appeal of these pictures lies in the fame of the people portrayed. And his portraits of Madonna are surely the least interesting images of their subject that exist. Here's Madonna wanting to redefine herself as cuddly and maternal. Testino is the man she calls in. He does what's required, smoothing away everything that once made Madonna exciting, putting her in the same middlebrow sphere as Meg Ryan, if that's what she wants.

· Until June 4. Details: 020-7306 0055.

guardian.co.uk © Guardian News and Media Limited 2010

Thursday, March 25, 2010

"Anatomía de un instante" (V), Javier Cercas

"...Suarez fue una ambición en carne viva y nunca se avergonzó de serlo, porque nunca aceptó que hubiera nada censurable en desear el poder; al contrario: pensaba que sin poder no había política y que sin política no había para él la menor posibilidad de plenitud vital. Fue un político puro porque nunca pensó que iba a ser otra cosa, porque nunca soñó que iba a ser otra cosa, porque era un asceta del poder dispuesto a sacrificarlo todo para conseguirlo y porque hubiese pactado sin dudarlo con el diablo a cambio de llegar a ser lo que llegó a ser. "¿Qué es para usted el poder?", le preguntó un periodista de París Match días después de ser nombrado presidente del gobierno, y Suarez sólo acertó a responder con su sonrisa deslumbrante de ganador y con unas palabras que no explicaban nada y lo explicaban todo: "¿El poder? Me encanta". Esta jubilosa desenvoltura lo dotó durante sus mejores años de una superioridad imbatible sobre sus adversarios, que veían en sus ojos una codicia insaciable y sin embargo eran incapaces de resistirse a ella y continuaban alimentándola a sus expensas. El poder político se convirtió en su instrumento de medro personal, pero sólo porque antes había sido una pasión exenta, voraz, y si tenía una visión idealizada hacia el mito de la dignidad de un presidente del gobierno era porque un presidente del gobierno constituía para él la máxima expresión del poder y porque durante toda su vida no había deseado otra cosa que ser presidente del gobierno.
...Poseía un talento de actor para el engaño."
pag. 340

Tuesday, March 16, 2010

Pintura, mercado y proceso. Entrevista con Ramiro Llona (Luis Alfredo Agusti)




Luis Alfredo Agusti (L): El tema ubicuo de la crisis nos lleva a replantearnos si el así llamado mercado del arte se puede mover como si fuera Wall Street, en términos de especulación, sobreganancias y generación de valor más allá del objeto en sí.

Ramiro Llona (R): Ha estado funcionando bastante bien así, durante muchos años; pero, como toda apuesta, ha llegado a un límite. El mercado del arte no está separado del resto de la economía: se cae la economía y también se cae el mercado del arte. Y lo que se desploma más rápido es lo que no está sostenido por el tiempo, lo que es pura especulación.

L: Posiblemente, la crisis actual nos dejará algunas lecciones, como plantea Laura Cumming en su reciente artículo publicado en The Guardian (1): esto va a traer al mercado del arte de regreso a la razón.

R: Claro, lo que dice ese artículo es que hemos estado viviendo dos décadas donde “todo se compraba y todo se vendía”; había un asunto de apuesta, de especulación. En una entrevista con uno de los directivos del área de arte contemporáneo de una de las casas de subasta más importantes, se le escucha decir: “Ahora la gente va a volver a mirar”. Es imposible dejar de preguntarse qué es lo que han estado haciendo, si no miraban. Creo que la crisis servirá para decantar lo que es realmente sólido. El artículo de The Guardian decía que las cosas que estaban tested –ya probadas por el tiempo– serán las que van a quedar y, probablemente, mucho del arte con el que se especulaba tanto desaparecerá. Es posible que esto también hubiera sucedido sin la crisis: el arte y los procesos artísticos son una carrera de largo aliento. Pienso que la especulación, la apuesta por un retorno económico inmediato, desvirtúa los procesos. Es decir, el problema no es que las cosas sean más caras o más baratas, sino que la presión de un grupo de poder genere expectativas falsas, distorsionadas, tanto para los artistas como para el público.

L: Quizá otro elemento que conspira contra la coherencia de los procesos, y su decantación en el tiempo, son los discursos que tratan de desplazar a las obras en tanto tales. Es decir, esta tendencia de los últimos años al protagonismo de los curadores, que ensombrecen al artista, y ulteriormente justifican obras que terminan siendo estimadas muy por encima de su real valor.

R: El problema es que pareciera que ciertos discursos se organizan de manera previa al hecho artístico, que hay una agenda anterior al desarrollo plástico. El poder en el mundo del arte se desplaza permanentemente: hubo una época en que el poder estuvo en manos de los directores de museos, por ejemplo Alfred H. Barr del MoMA en sus inicios; luego las galerías también fueron muy poderosas, pensemos en Leo Castelli, en Mary Boone; en otros momentos, los críticos fueron muy influyentes, como en el caso de Clement Greenberg. Y ahora el poder está en manos de la curaduría, a la que no hay que confundir con la Historia del Arte. La curaduría ya se ha convertido en una profesión independiente. Me acuerdo de haber ido, hace más de quince años, a una Bienal de Venecia, y en muchas muestras el nombre de los curadores estaba escrito... ¡con letras más grandes que el nombre de los artistas!
Yo vengo de otra generación: me es difícil pensar que alguien podría haberles marcado la hoja de ruta a Pollock o a De Kooning. Entonces lo que importaba era el asombro frente al hecho plástico. Probablemente había grandes conversaciones con críticos, con poetas, con historiadores del arte –las discusiones en el Cedar Bar son legendarias–; pero a nadie se le hubiera ocurrido decir por dónde debería ir la pintura o enunciar “el tema” de la siguiente exposición.
Siempre he sentido que la creación artística se organiza desde una urgencia que ante todo es personal. Esta urgencia se elabora desde zonas internas, insondables, muchas veces misteriosas para nosotros mismos. Yo no hago pintura sobre la base de las cosas que conozco, sino a partir de las cosas que desconozco, de lo que me falta saber, de lo que quiero encontrar. Trato de mantener vivo un proceso donde lo que importa es la pregunta, el cambio.

L: Si el artista mismo no tiene una agenda predeterminada, menos aun podrías pensar en una agenda impuesta desde afuera.

R: No solo es que no tienes una agenda predeterminada, sino que... ¡no la quieres tener! En mi caso, cuando veo que una forma comienza a “acomodarse” en mi proceso demasiado tiempo, es como si se instalara una realidad ya descodificada, conocida. Entonces se inicia una molestia que va a terminar modificando o desapareciendo esa forma de mi lenguaje.
Claro, todo esto es un asunto muy personal: existen tantas maneras de trabajar como pintores hay. Matisse, por ejemplo, es un artista que pasó toda su vida cambiando, investigando; pero también hay pintores que encuentran un lenguaje tempranamente y trabajan profundizando esa realidad, como podría ser el caso de Szyszlo. Ahora se dice que no puede existir un artista joven si no tiene un curador al lado; se ha generado como una especie de binomio, o de díptico, en las propuestas, pero todo esto sería un fenómeno de gente joven.

L: En el medio artístico peruano habría una pulsión nueva por formar colecciones, y allí se puede observar en alguna medida la fascinación por lo nuevo; ese desplazamiento del objeto en sí por el discurso, acaso la sobreinterpretación de las cosas. ¿Cómo se aplicaría la superposición del discurso a la obra?

R: ¿Te refieres a las colecciones del MALI (Museo de Arte de Lima)?

L: Es nuestro referente inmediato, si no el único.

R: La situación en Lima no se escapa de esa corriente mundial. Es real la existencia de un network de curadores con agendas similares, que están trabajando en una dirección. Es su prerrogativa. El MALI es una institución que está creciendo mucho y, ante la ausencia de un museo de arte moderno o contemporáneo, ha ocupado este lugar. La sensación que yo tengo es que el guión museográfico del MALI está demasiado inclinado hacia un lado, y deja vacíos muy notorios en la formación de una colección de arte peruano, de una mirada panorámica. Es un asunto delicado, muy sutil, difícil de nombrar, pero para los que estamos dentro del mundo del arte es muy claro. Es lo que se escucha todo el tiempo, en todas partes. Sobre todo en la utilización, el impulso y la proyección de lo que será el arte contemporáneo en el Perú. Están escribiendo y en algunos casos reescribiendo la historia del arte en el Perú, y, claro, ese es un tema enorme y complejo. Debería haber más voces, más diálogo.

L: Incluso hay voces que se arrogan autoridad para decir que el pintar ya no tiene sentido, que en los tiempos actuales el arte debe vehiculizarse vía códigos distintos, como las instalaciones u otros. ¿Estamos ante una suerte de prurito vanguardista, de por sí parricida, que aunque preconiza la tolerancia resulta siendo paradójicamente intolerante?

R: Yo no tengo ningún problema con las instalaciones; hay artistas como Bill Viola, a los que encuentro geniales. El problema viene cuando hay gente que plantea que cierta manera de hacer y de ver las cosas es la única válida: ahí está la intolerancia. Y cuando el mercado se alinea con ciertas tendencias.
Yo viví en los años 1980 en Nueva York: la gran época de la vuelta a la pintura, y fue entonces cuando el mercado comenzó a crecer. En ese entonces el Citibank, dentro de sus alternativas de inversión, creó una sección en la cual tú podías invertir en arte; había un curador, Jeffrey Deitch, quien estaba a cargo de organizar el panorama contemporáneo del arte para los inversionistas. Entonces, llegaban millonarios tejanos que invertían en arte como si se tratase de un portafolio de acciones. También algo muy criticado fue que las casas de subasta ofrecían líneas de crédito a las personas que iban a los remates; esto inevitablemente creaba la sensación de disponer de fondos ilimitados para pujar por una obra y, consecuentemente, los precios subían.
Han pasado 30 años y ahora ya se puede ver con cierta claridad quiénes eran los artistas que hicieron y hacen cosas importantes.

L: Siempre nos quejamos de la estrechez del mercado. Sería ideal tener un buen número de coleccionistas grandes; pero también aspiramos a una educación visual más democrática, que no sé si dinamice el mercado en el sentido de que haya mucha gente en condiciones de comprar, pero sí que exista contacto con el arte y opinión por parte de más personas.

R: Eso pasa, en efecto, por la educación. Un museo es un enorme lugar de democratización en el sentido de las posibilidades de acceso al arte; sin embargo, en el Perú no hay la costumbre de ir a los museos. Cuando hablamos del “mundo del arte”, nos referimos a un grupo muy reducido. Y eso es terrible porque la pintura, las instalaciones, la escultura son parte fundamental de la formación del ser humano, como lo son la literatura o la música.

L: Es verdad y, en materia de arte contemporáneo, el Estado se ha autoeximido de toda responsabilidad. Hay cierta preocupación por el patrimonio precolombino y colonial, y quizá un poco por lo concerniente a los inicios de la República.

R: El nivel de tráfico de piezas arqueológicas es inmenso y está absolutamente fuera de control, por lo que pienso que las medidas no son las suficientes. Uno permanentemente está leyendo acerca del daño que sufren los sitios arqueológicos: los saqueos, el huaqueo, las invasiones. Supongo que existen instancias en el Gobierno que promueven el arte, pero probablemente cuenten con unos presupuestos ínfimos. En el imaginario nacional no está inscrita la urgencia del arte.
Tenemos el caso del Museo de Arte Contemporáneo, que está entrampado en el Poder Judicial debido a la poca visión del alcalde de Barranco.

L: Hemos conversado de temas extrapictóricos, pero que hacen el contexto. Hablemos ahora sobre tu pintura: ¿en qué te encuentras embarcado después de Proceso, tu última muestra individual (2)?

R: He comenzado a hacer esculturas de barro para vaciarlas en bronce. Es algo que quería hacer hace mucho tiempo; pienso que todo lo que he hecho en cerámica en los últimos diez años ha sido una manera de acercarme al universo de la escultura.
En pintura estoy –otra vez– cambiando los formatos, haciendo cuadros muy grandes, sobre los cinco metros y más bien horizontales.
De manera paralela he estado trabajando unos dípticos, también de grandes proporciones, en serigrafía.
Esa última muestra, Proceso, de alguna manera fue como llegar a un lugar y mirar el camino recorrido, de pronto porque cumplí sesenta años. Ahora empieza otra etapa y uno siempre quiere avanzar, encontrar nuevos territorios de exploración, mantener la urgencia.

L: Sigamos con el tema del proceso, como travesía de autoconocimiento, de adquisición del insight; una especie de terapia donde el lienzo es el gran analista.

R: Los creadores tenemos ese privilegio de que lo que haces es lo que eres. Ese lienzo que tienes al frente lleno de formas, de colores y de líneas eres tú; representa lo que es central en tu existencia, en tu vivencia como ser humano. Cuando alguien me pregunta: “¿de qué trata tu pintura?”, yo respondo: “se trata de todo”, porque uno no puede compartimentar su experiencia y decir que se va a trabajar acerca de una sola cosa. En ese sentido, la pintura es terapéutica: es una mirada amplia e inquisitiva acerca de quién es uno. A mí esa es la parte que más me interesa del trabajo; uno pinta porque no puede vivir sin pintar, uno pinta porque es absolutamente urgente pintar, uno pinta porque es la herramienta que tienes a la mano para averiguar quién eres y para tratar de ser alguien. Por eso, cuando no sucede es tan dramático, es la parálisis.

L: Has dicho que tu trabajo es una respuesta a una necesidad interior de elaboración.

R: A veces uno es mejor en el arte, ya que como ser humano, uno –como todos los demás– está lleno de dudas, vacíos, debilidades, etc. En cambio, un cuadro terminado es una acumulación de tus mejores instantes, es una historia donde todo añade, donde los errores suman, es llegar a algo, y ese “llegar” significa replantearse todo de nuevo. Por eso quiero creer que el arte te hace mejor persona.





(1) Cumming, L. (2009, enero 25). “Less money to spend, less second-rate art”. En: The Guardian. Extraído el 25 de enero de 2009, desde .
(2) Galería Lucía de la Puente. Lima, del 2 de octubre al 3 de noviembre de 2007.


Sunday, March 14, 2010

UN MUSEO NO PUEDE SER UNA CASA DE SUBASTAS

SEEING DOLLAR SIGNS
by Jerry Saltz
Painter Charline Von Heyl recently described Americans’ disconnect between the personal and political this way: "While almost everything in the outer world feels messed-up, our inner lives aren’t altogether messed-up." The current art world, awash in money and success, is shot through with a similar disconnect.

To some, the art market is a self-help movement, a private consumer vortex of dreams, a cash-addled image-addicted drug that makes consumers prowl art capitals for the next paradigm shift. This set seeks out art that looks like things they already know: anything resembling Warhol, Richter, Koons, Tuymans, Prince and Wool could be good; any male painter in his 30s could be great. To others, the market is just a jolly popularity contest, or as New York Times reporter David Carr put it about having his own blog, it’s like "a large yellow Labrador: friendly, fun, not all that bright, but constantly demanding your attention."
For many, the art market is a communal version of the Primal Scene -- a sexed-up site that offers a peek into the bedroom of the creative act. Art advisers and collectors now treat art fairs and auctions like Warhol’s Factory: Places to flaunt junkie-like behavior while hoping one’s creative potential might bloom. In this global circus, mega-collectors like Charles Saatchi and François Pinault are the art world’s P.T. Barnums: showmen who have become part of the show -- moguls who understand that the market is a medium that can be manipulated.
Once upon a time, the market and the scene (clubiness, chicanery and profligacy notwithstanding) were joined and reflected social, political and sexual change. Now the market is only in service of itself. The market is a perfect storm of hocus-pocus, spin and speculation, a combination slave market, trading floor, disco, theater and brothel where an insular ever-growing caste enacts rituals in which the codes of consumption and peerage are manipulated in plain sight.
Is the art market making us stupid? Or are we making it stupid? Consider the lame-brained claim made by Sotheby’s worldwide head of contemporary art, Tobias Meyer, who recently effused, "The best art is the most expensive because the market is so smart." This is exactly wrong. The market isn’t "smart;" it’s like a camera -- so dumb it’ll believe anything you put in front of it. Essentially, the art market is a self-replicating organism that, when it tracks one artist’s work selling well, craves more work by the same artist. Although everyone says the market is "about quality," the market merely assigns values, fetishizes desire, charts hits and creates ambience. These days the market is also too good to be true.
Still, the slaphappy assertions keep coming. Last season, Amy Cappellazzo, international co-head of Christie’s post-war and contemporary art, crowed that auction houses were "the big-box retailers putting the mom-and-pops out of business." Then she gushed of her clients, "After you have a fourth home and a G5 jet, what else is there?" After wondering, "What’s a G5 jet?", you may well ask how the current superheated art market is changing the ways we see and think about art.
The market is now so pervasive that it is simply a condition -- as much a part of the art world as galleries and museums. Even if you’re not making money -- as is the case with most of us -- that’s your relationship to the market. To say you won’t participate in the market is like saying you refuse to breathe the air because it’s polluted.
The current market feeds the bullshit machine, provides cover for a lot of vacuous behavior, revs us up while wearing us down, breeds complacency and is so invasive that it forces artists to regularly consider issues of celebrity, status and money in their studios. Yet, it also allows more artists to make more money without having to work full-time soul-crushing jobs and provides most of us with what Mel Brooks called "our phony-baloney jobs." Last December, more than 400 New York art dealers representing more than 5,000 artists paid for booths in one art fair or another in Miami to participate in this market. Everyone is trying the best they can. For critics to demonize the entire art world, then, as somehow unethical and crass seems self-righteous, cynical and hypocritical.
Much confusion stems from there being no new, cogent Theory of the Market, no philosophy that addresses the ways in which the ongoing feeding frenzy is affecting the production, presentation and reception of art. Nothing we say about the market adds up, partly because "the market" isn’t really an autonomous subject. It’s a diversionary tactic -- essentially, a blend of economics, history, psychology, stagecraft and lifestyle; an unregulated field of commerce governed by desire, luck, stupidity, cupidity, personal connections, connoisseurship, intelligence, insecurity and whatever.
Yet we can’t ignore the market or just lay back and drink the Kool-Aid. Maybe we should be asking questions such as: Are we sometimes liking things because we know the market likes them or are we really liking them? Do people really believe the kitschy pictures of naked girls with pussycats by German painter Martin Eder are any good or are buyers simply jumping on the bandwagon because his prices have reached $500,000? When we learn that a newish painting by the second-rate latter-day Neo-Expressionist Marlene Dumas sold for over $3 million, does it alter how we think of her work? Does it alter the ways magazine editors or curators think about it? The curator of Dumas’s upcoming MoMA exhibition, the otherwise excellent Connie Butler, recently responded to one of my public hissy fits about the overestimation of this artist by saying, "Dumas has been making portraits of terrorists," as if to suggest that certain subject matter exempts art from criticism. In fact, this subject matter is not only predictable and generic, and in that sense utterly conservative, it’s perfect fodder for a culture in disconnect. It’s wonderful the mediocre women http://www.artnet.com/ag/fulltextsearch_binfo.asp?binfo_history_id=391437921artists now command the same astronomical prices for their art that mediocre male artists always have. But do artists who don’t sell for high prices have less of a chance to ever make money? Are Vito Acconci and Adrian Piper fated to forever being ’Lifestyles of the Poor and Famous’ artists? If you’re unknown and over 35 do you have a shot? In this era of the 30-month career, what happened to the idea of the 30-year career?
In the 1970s, conceptualist Joseph Kosuth said, "The only people who care about art are artists." That’s changed. But is the art world of greater interest to people outside of it because art has become more interesting or because art is a hot property? Is the market creating a competitive atmosphere that drives artists to produce better work or is it mainly fostering empty product?
If there’s a silver lining to this golden cloud it’s that despite how professional and "smart" it is made out to be, the market is still inherently blinkered, erratic, and insecure. As such it is simultaneously vulnerable and a force of chaos. As almost everyone in the art world knows, chaos is usually good for art. At the end of the day art still has a private inside and a public outside. It still exudes an alchemical otherness. In our studios and before artworks we still experience moments of authentic serenity, passion, and meaningfulness -- places on the edge of language that the market can’t strip away. In this imperfect realm we can intuit the elemental feeling that sometimes, just by making or looking at art, we might glimpse the full range of human possibilities. The market is art minus otherness. The rest is gossip.

JERRY SALTZ is art critic for the Village Voice, where this essay first appeared. He can be reached at Jsaltz@VillageVoice.com

Wednesday, March 10, 2010

"Anatomía de un instante" (IV), Javier Cercas

.....(Milans) también padeció como una injuria que Gutierrez Mellado pretendiera desmantelar el ejército de la Victoria, al que él consideraba el único garante legítimo del legítimo estado ultraconservador fundado por Franco y en consecuencia la única institución capacitada para evitar otra guerra (como la ultraderecha, la ultraizquierda, Milans era alérgico a la palabra reconciliación, a su juicio un simple eufemismo de la palabra traición: varios miembros de su familia habían sido asesinados durante la contienda, y Milans sentía que un presente digno no podía fundarse en el olvido del pasado, sino en su recuerdo permanente y en la prolongación del triunfo del franquismo sobre la república, lo que valía tanto para él como el triunfo de la civilización sobre la barbarie).
pag. 264

Sunday, February 28, 2010

Avelina Lesper: CASTA DIVA, GABRIEL OROZCO, MOMA



CASTA DIVA, GABRIEL OROZCO, MOMA

AVELINA LESPER, LABERINTOS, MILENIO, FEB 27.2010

Watch the box! Watch the box! Grita el guardia a la entrada de la exposición de Gabriel Orozco en el MoMA. Why? It’s only trash, le respondo, y el guardia riendo a carcajadas grita: Police, police! Está ahí para evitar que el público entre y patee la Caja vacía que está tirada en el suelo. Un crítico del Timeout escribió que eso sucede cuando a una pieza de basura no le das el marco necesario para que el público la aprecie como arte y culpa del percance a la curadora. El problema es que la pateen los pocos que van, porque la exposición está prácticamente vacía. Esta situación es penosa comparada con la exposición de la obra de Tim Burton, también en el MoMA, que está abarrotada, hay que reservar los boletos y formarse durante horas. La de Orozco, que ocupa dos amplios espacios, con una curaduría absurda, no tiene visitantes. En el enorme lobby, y demasiado pequeño para el espacio, again, cuelga el esqueleto de ballena símbolo de la fallida política cultural del Estado mexicano y de su despilfarro discrecional. En las dos salas, que se sienten inmensas para la obra, están el resto de los objetos. La obra de Orozco se percibe entre la crítica, aun la que le favorece, como algo demodé, hacen énfasis en que es arte de los 90. La expo es una recolección de objetos que demuestran el vacío intelectual del arte contemporáneo. Lo que impera es la complicidad del mercado y la crítica con las instituciones que se prestan como escaparate del encumbramiento del abuso, la falta de gusto y el ridículo. Dos tapitas de yogurt están pegadas desoladas en una pared de siete metros con su precio 0.99 cents. Demasiado caro. ¿Es arte? It’s only trash.

Shoes.

Dicen en el New Yorker: no son arte pero detonan la experiencia artística. Un objeto en la vida cotidiana es basura, pero en la pared de MoMA es una “experiencia artística”. Brillante argumento de venta. En este siglo hemos visto cómo en el afán de proteger un aparato de mercado no han tenido escrúpulos en cargarse al arte, la manifestación más elevada de la inteligencia. Pasan por encima de la necesidad de ver y hacer algo trascendental.

Incluso dentro de los parámetros del arte contemporáneo, esta exposición no tiene un cuerpo de obra coherente, es una serie de ocurrencias que no describen una trayectoria ni una evolución. En sus Working tables hay una selección de objetitos: tapas de botellas, contenedores de huevos, masa de pizza vieja. En el piso, los zapatos pegados por la suela, el Citroën encogido, recordemos que en Orozco, como en la mayoría de estos “artistas”, el chistorete es la línea estética y reflexiva de la obra. Dentro del panorama del monumental exhibicionismo que es el arte contemporáneo es inexplicable la selección de Orozco en términos artísticos.

YogurtCaps.

En los 90 saltaron a la fama artistas que fueron extra grotescos, lanzados, vulgares y violentos: Tracy Emyn y su cama con los restos de su aborto, su performance metiéndose monedas en el coño y los animales en formol de Hirst. Analizando esto que ya es historia y en comparación con la exposición de Orozco, ésta es súper light, poco novedosa y sin riesgos. Es una retrospectiva y Orozco apenas tiene altura de artista emergente. Los objetos tienen el nivel de trabajos escolares. Sus círculos Samurai trees, en todas las variaciones son ejercicios didácticos que repite en cuadernos de trabajo, boletos de avión y fotos como si lo hubieran reprobado en esa materia y que rebautiza. No es una exposición, es un anuario escolar. El público recorre la sala en minutos, comenta que no le gusta y que está pasado de moda. La obra de Orozco es puritana, sin pasiones, sin espectáculo, sin fricciones, es un trámite burocrático, es el espíritu de la clase media llevado a la escena del arte. Son cosas para quedar bien, para coleccionistas “decentes”. Es lo mismo que antes otros hicieron, pero en chiquito. Su desprecio por la belleza y la inteligencia lo es también por la osadía. Se encierra en un lugar cómodo que le permite al Estado promocionarlo, coleccionarlo y nombrarlo su artista oficial. Y esto es en realidad lo que México se merece en arte: mediocridad. Nos lo hemos ganado por aplaudir y mantener a artistas y obras sin valor.

Friday, February 26, 2010

"Anatomía de un instante" (III), Javier Cercas

"....pero en la noche del 24 Madrid vive un clima casi prebélico; se oyen explosiones y disparos en distintos puntos de la capital, y partidas de ultraderechistas siembran terror en las calles. Añadida a los demás episodios de esos días sangrientos, la matanza de sus militantes de Atocha supone para el PCE un reto brutal destinado a provocar una respuesta violenta en sus filas que, provocando a su vez una respuesta violenta del ejercito, aborte las incipientes reformas democráticas; pero los comunistas no responden: el Comité Ejecutivo ordena evitar cualquier manisfestación o enfrentmiento callejero y hacer gala de toda la serenidad posible, y la consigna se cumple a rajatabla. Tras arduas negociaciones con el gobierno -que teme que cualquier que cualquier chispa prenda el incendio buscado por la ultraderecha-, el partido consigue permiso para instalar la capilla ardiente de los abogados en el Palacio de Justicia, en la plaza de las Salesas, y también consigue que los féretros puedan ser trasladados a hombros de sus compañeros hasta la Plaza de Colón. Así se hace poco después de las cuatro de la tarde del miércoles; las cámaras de televisión captan un espectáculo que sobrecoge el centro de Madrid; las imágenes se han emitido muchas veces: un silencio y un orden impuestos por la dirección del partido y acatados por la militancia con una disciplina labrada en la clandestinidad, decenas de miles de personas colman la plaza de las Salesas y las calles adyacentes para despedir a los asesinados; algunos fotogramas muestran a Santiago Carrillo caminando entre la multitud, guardado por una muralla de militantes. El acto termina sin un solo incidente, con el mismo silencio con que empezó, convertido en una proclama de concordia que disipa todas las dudas del gobierno sobre el repudio del PCE a la violencia y que esparce por todo el país una oleada de solidaridad con los miembros del partido.
Según sus colaboradores más cercanos de entonces, es muy posible que ese mismo día Suárez tomara en secreto la decisión de legalizar a los comunistas......
pags. 194-195